Según todos los informes, 2023 ha sido un año en que las temperaturas mundiales y las emisiones de gases de efecto invernadero GEI alcanzaron máximo histórico. Esta realidad objetiva y el conjunto de Planes conocidos en el marco del Acuerdo de París (según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente PENUMA), señalan que nuestro planeta se encuentra en éste siglo en la senda de un aumento de temperatura entre 2,5 y 2,9 °C por encima de los niveles preindustriales y que para recuperar el camino de alcanzar el objetivo de 1,5 o 2 ºC (Acuerdo de Paris) sería necesario reducir el 28 o 42% (respectivamente) las emisiones de GEI, que siguen aumentando tanto en el bloque de países del G20 con la capacidad económica financiera para hacerlo (ninguno de ellos está reduciendo sus emisiones al ritmo adecuado a sus propios objetivos para alcanzar el cero de emisiones netas), como en los países de ingresos bajos y medios, que tienen limitaciones fundamentales para hacerlo directamente con sus recursos y a los que no están llegando el apoyo y los medios económicos comprometidos en el COP27.
En las previsiones más optimistas, la probabilidad de alcanzar el objetivo del calentamiento del 1,5% es en este momento son solo del 14%. Desde esta situación actual (según los datos del PNUMA), para alcanzar como máximo el aumento de 2 °C se requiere reducir 14 GtCO2Eq adicionales en las emisiones de GEI con respecto a lo previsto hasta el 2030 y para alcanzar el objetivo del 1,5 ºC el recorte es de 22 GtCO2Eq.
Frente a las dudas e incertidumbres que se vienen conociendo como parte del proceso de análisis continuado auspiciado desde las Naciones Unidas, su secretario general ha dicho en el marco del COP28: “sabemos con seguridad que todavía somos capaces de lograr frenar el calentamiento a 1,5 °C y que el objetivo requiere eliminar de raíz la nefasta causa de la crisis climática los combustibles fósiles” añadiendo que “esta transición hacia las energías renovables debe ser justa y equitativa”.
Esta realidad descrita es consecuencia del “corto espacio de tiempo» transcurrido desde la detección y planteamiento del Cambio Climático en el marco internacional, a lo que se ha de añadir que desde los primeros informes donde se mostraba la existencia del Cambio Climático se generó una respuesta negacionista (en los primeros años era obviamente mucho más amplia que lo es ahora), constituida en una parte de un componente conceptual propio y común en la introducción social de conocimiento y conceptos de base científica (que sigue existiendo pero de mucha menor dimensión) y otra parte que agrupa directamente a los afectados específicos por las consecuencias de las medidas que se han de tomar, cuyo núcleo ha estado hasta ahora en torno a la industria del petróleo (gas).
La capacidad demostrada del núcleo opositor a las medidas necesarias, constituido por los países productores y la industria internacional asociada, no llega a justificar el total del conjunto de dificultades que se están encontrando en la toma de las medidas necesarias para tratar de evitar sus consecuencias.
Para mejorar el entendimiento de la situación es necesario poner atención a las circunstancias más allá de las derivadas de la oposición del sector de los combustibles fósiles, que son muchas y de naturaleza muy diversa:
Debe tenerse en cuenta la incertidumbre que genera el hecho de que las soluciones técnicas en las que se basa la sustitución de los combustibles fósiles no existían en el momento que se planteó el problema, más aún, en las que se están planteando y ejecutando todavía existen incógnitas y limitaciones.
En su aplicación se siguen planteando cuestiones básicas, como por ejemplo: cuál debe ser el papel que la producción eléctrica de origen nuclear (fisión) jugará en el futuro (Europa la ha incluido en su taxonomía verde después de un amplio debate); o cómo resolver la intermitencia de las energías renovables básicas (fotovoltaica y eólica) que siguen haciendo necesario (está en discusión por cuánto tiempo) la participación de los combustibles fósiles en la transición, lo que sin duda hace más difícil la aceleración de su erradicación…
Junto al cambio en la generación eléctrica, el conjunto del transporte por tierra mar y aire (en orden de impacto decreciente), tiene una senda abierta al cambio de las motorizaciones y los combustibles, pero obviamente como en el inicio de cualquier tecnología el camino para alcanzar los niveles de eficacia necesarios y posibles es todavía largo.
Pero sin duda la circunstancia que más va a condicionar el avance en la consecución de la reducción necesaria de GEI es la distribución de los costes y de los procesos de toma de decisión para la atribución de estos.
La distribución de estos costes no está resuelta y según sea la solución que se adopte va a tener consecuencias directas sobre la posibilidad de conseguir el objetivo climático de controlar el calentamiento global o no. Circunstancias sobrevenidas pueden tener efectos favorables (o desfavorables): La pandemia del CV19 y la guerra de Ucrania ocurridas de forma simultánea y concurrente han tenido consecuencias de forma muy clara en Europa respecto a que el precio que hay que pagar para la transición es alto, pero inferior al de no hacerlo y correr el riesgo de quedar sin autonomía de decisión energética en un mercado especulativo.
En cualquier caso, la cuestión es quién, cómo y cuándo se va a pagar el sobrecoste de la transición, a esta pregunta ya hay una primera respuesta clara aceptada en el ámbito internacional: Los denominados países de ingresos bajos y medios no pueden hacer frente a ellos (al menos al ritmo que es necesario). Ya existe un acuerdo conceptual por el que se les ha de transferir recursos y ayudas para que puedan conseguirlo, el sobrecoste será trasladado a los países de ingresos altos.
La transferencia no está siendo fácil y no lo va a ser más si no se explica con claridad y no se afina el equilibrio del reparto cuando llegue a los ciudadanos.
Es absolutamente frecuente e intensa la información respecto a las oportunidades, ventajas, crecimiento económico y empleo que todas las actividades ligadas al cambio a una sociedad libre de las necesidades de los combustibles fósiles van a producir, todo lo cual es cierto, pero también lo son los costes y los damnificados de tal sustitución, que ya empiezan a generar claramente resistencia y oposición a efectos concretos. Unos ejemplos simples son la eliminación de los combustibles fósiles del transporte o en la agricultura (que se harán obligatoriamente y en los plazos regulados por leyes nacionales o regulaciones de la Unión) y que están propiciando reacciones entre los afectados directos que, de concretarse en opciones políticas con representación en las tomas de decisiones pueden conseguir el efecto contrario.
Es imprescindible transmitir con claridad y eficacia a los ciudadanos la magnitud del problema del Cambio Climático y cómo van a repercutir sus consecuencias directamente sobre ellos (tratando de pasar de las visiones planetarias a los problemas concretos y próximos que les van a afectar) y que abordar las soluciones del problema tiene un coste (no solo económico). Una parte de estos costes les va a corresponder de una u otra forma y que ésta será mayor o menor dependiendo de la toma de decisiones, en algunas de las cuales podrán tomar parte individual o colectivamente