El seguimiento de la realidad social se organiza tradicionalmente (en el contexto occidental) en dos ciclos de naturaleza distinta:
Uno estadístico y contable (de fin de año) que permite cuantificar de forma precisa una multitud de variables crecientes de forma acelerada y que están siendo sometidas a análisis cada vez más complejos, acelerándose por la incorporación de herramientas derivadas del desarrollo de la Inteligencia Artificial.
El otro, de la organización y usos de la vida de las sociedades, determinado por sus propias costumbres, que en el contexto actual queda fijados por “el fin de curso” que hace coincidir las vacaciones académicas generalizadas con las de todos los parlamentos de los distintos niveles, además de una amplia lista de órganos de decisión públicos y privados.
La consecuencia de esta distinta naturaleza es que en los ciclos anuales se hace énfasis en la valoración y cuantificación basados en datos y en el fin del curso en valoraciones cualitativas y de estados de opinión.
En el fin de curso en el que nos encontramos y en el contexto de estas reflexiones sobre el Crecimiento Azul, es de utilidad pasar revista a la situación y perspectivas como consecuencia de lo ocurrido en este curso que termina, pudiéndose considerar que:
Conceptualmente y como percepción social se ha consolidado la salida de la crisis derivada de la pandemia, aunque esta afirmación genérica tiene obviamente matices y detalles derivados de las particularidades de cada actividad.
También se ha consolidado la crisis generada en Europa como consecuencia de la invasión rusa de Ucrania, proyectándose a nivel internacional de forma generalizada, tanto por la dimensión del volumen económico afectado como por la extensión y alcance en la economía global.
En el espacio conceptual del Crecimiento Azul, las repercusiones específicas han sido distintas en ambas crisis (así como los efectos y características de las consecuencias), a pesar de lo cual su concatenación y magnitud obligan a su valoración referenciada:
Como ejemplo en la Economía Azul, parece que se ha olvidado o se prefiere olvidar, que el sector de los cruceros quedó absolutamente colapsado, en cero actividades mundiales (salvo por el mantenimiento mínimo del circuito con base en Canarias). En la actualidad, sin la radicalidad de la afección producida por la crisis de la pandemia, (comparada con los cruceros), la actividad en los puertos, servicios portuarios y transporte marítimo se viene recuperando con expectativas sobre el futuro y con realidad presente inmediata muy sólida no exentas de peligros, que además se están tratando de objetivar.
La construcción naval fue y está siendo afectada de forma desigual por las incertidumbres en los precios de fabricación y el coste de la financiación (determinantes en la toma de decisiones del sector), que tiene como característica un amplio recorrido temporal en el proceso y consecuencia de sus decisiones. Ambas crisis dan soporte adicional a las tendencias previas de concentración en el tráfico marítimo internacional.
En sentido opuesto, las mismas consideraciones que afectan a la construcción naval son el soporte de la recuperación acelerada de actividad en la reparación, que tiene que mantener en operación la mayor cantidad de flota posible para compensar en la medida de lo posible la ralentización de construcción y la recuperación de tráficos.
Las actividades emergentes van recuperando su dinámica, como es el caso de la biotecnología donde empiezan a consolidarse iniciativas y proyectos de dimensión económica significativa o como la desalación, donde (visto desde Canarias no resulta sorprendente) la demanda mundial es creciente (en comunidades como Cataluña era impensable el impulso de forma acelerada, como solución para tratar de atender la sequía).
La pesca y la acuicultura como actividades imprescindibles para el suministro de proteínas de calidad en condiciones ambientales sostenibles, está sometida a incertidumbres propias (obviamente han sido y están siendo afectadas por las crisis) desde una doble visión respecto al efecto sobre el ecosistema y su competencia con la ocupación y uso del espacio marino, competencia a la que se ha venido a sumar la necesidad de generación de energía desde el medio marino.
Desde el punto de vista ambiental (a pesar de la radicalidad mantenida en muchos debates), la realidad señala que la tendencia es favorable a conseguir el equilibrio imprescindible entre las actividades pesqueras y la conservación.
El crecimiento de la acuicultura (que ha sobrepasado ya a la producción pesquera en el balance global), permite que no sean necesarios crecimientos en la pesca para atender la necesidad del futuro, sino que, por el contrario, la producción pesquera se pueda ajustar a la dimensión que garantice la conservación de los recursos y los ecosistemas en que se produce.
Sin embargo, en el curso que termina se ha ido generalizando particularmente en España (por la importancia económica y social de la pesca), la contradicción de la pesca con el sector emergente de las EERR marinas, que conceptualmente aparece como un problema en el núcleo de la Economía Azul. Esta contradicción central en la visión de futuro del Crecimiento Azul, debe ser abordada en su conjunto, desde todas las perspectivas posibles y necesariamente desde el espacio conceptual propio.
Aunque pudiera parecer innecesario, hace falta entender y explicar sí estas actividades son imprescindibles en el escenario actual y a corto plazo, así como en las perspectivas y visión de futuro.
La realidad de la gestión pesquera como actividad industrial, tradicional y ancestral en los últimos años, permite asegurar que es posible conseguir mediante un proceso continuado de control y análisis que las pesquerías sean sostenibles y que medioambientalmente se puedan mantener en situación de equilibrio. A pesar de que todavía queda mucho esfuerzo para conseguirlo, en el contexto de todas las pesquerías mundiales se está avanzando continuamente.
La generación de energía desde el mar como actividad emergente debe responder a la cuestión previa de si es necesaria per sé, si es posible que se resuelva directa y absolutamente en tierra y si puede o no estar compartida con las actividades previas en el medio marino y particularmente con la pesca.
La respuesta es simple y se deriva de la propia dimensión de los espacios: No parece razonable concentrar sobre el 30% de la superficie del planeta (el 70% de la superficie del planeta es mar) una actividad que técnicamente es distribuible en ambos espacios.
Sobre esta evidencia se ha venido a añadir la comprobación tecnológica de que la captación y producción de energía en el mar, es sin duda y lo será más en el futuro, de una eficiencia creciente respecto a la producción en tierra (la dimensión de turbinas mayores de 20 MW que se están empezando a producir como horizonte inmediato para instalar en el mar son imposibles de instalar en tierra).
La última gran cuestión, planteada actualmente sobre la compatibilidad de convivencia de ambas actividades, en España se está planteando con mayor radicalidad como consecuencia de ser una potencia pesquera mundial e igualmente una potencia tecnológica y empresarial en el desarrollo de las EERR marinas). El propio discurrir de los acontecimientos nacionales señala que “no hay contradicción”, es una cuestión inequívoca de gestión y coordinación de intereses concretos que no deben dificultar alcanzar los objetivos necesarios, posibles y las consecuencias de sostenibilidad ambiental, crecimiento económico y empleo asociadas.