He recibido invitación del presidente de la Fundación Universitaria de Las Palmas al acto de recuerdo y reconocimiento a Lizardo Martell Cárdenes en el Gabinete Literario el próximo viernes día 4. Invitación que he agradecido especialmente ya que me permite participar en un acto de reconocimiento absolutamente merecido, dándome oportunidad para compartir mi percepción de una persona que merece el máximo reconocimiento y ha representado un ejemplo de cómo entender la cooperación público privada (antes de que fuera descrita), como fórmula del impulso socioeconómico imprescindible para el progreso de las sociedades, elemento central de la visión estratégica planteada reiteradamente desde esta propuesta semanal para el Crecimiento Azul, pero que obviamente es de valor mucho más general.
Tuve la oportunidad de conocer personalmente a Lizardo Martell al incorporarnos simultáneamente como miembros del Consejo Social de la Universidad Politécnica de Canarias en su sesión constitutiva del 25 de mayo de 1985. Los consejos sociales fueron el órgano de gobierno de las universidades españolas (introducidos por la Ley Orgánica 11/83 de Reforma Universitaria), para ayudar a conectar mejor las universidades con su entorno social y aportar a la gestión universitaria una visión distinta de la propia, como herramienta de compensación social a la necesaria autonomía académica que las universidades necesitan para el mejor ejercicio de su función.
Mi primer encuentro con Lizardo fue como consecuencia de la atribución que dio el marco legal nacional para la constitución y funcionamiento de los consejos sociales y que atribuía a las comunidades autónomas con competencias la regulación propia. En Canarias se hizo mediante la Ley 6/1984, de los Consejos Sociales, de Coordinación Universitaria y de creación de Universidades, Centros y Estudios Universitarios. Esta regulación canaria introdujo una característica única en el país al determinar que: “El presidente de cada consejo social será nombrado por el presidente del Gobierno de Canarias a propuesta del propio Consejo Social”.
La consecuencia de esta atribución produjo un hecho absolutamente original: el bloqueo inicial de la elección del presidente (en el resto de los consejos era nombrado por el Gobierno correspondiente); tal circunstancia me dio la primera oportunidad de conocer su personalidad y talante, trabajando para conseguir la mejor solución al problema planteado. La negociación fue difícil, había mucha presión social y de entorno, ambos formamos parte directa del grupo de personas que hicieron posible la solución, personalmente participé en la oferta directa que se le hizo de proponerlo como candidato consensuado para primer presidente de Consejo Social, propuesta que no aceptó por “lealtad” al mandato de representación que tenía de su organización y sin distracción alguna continuó con su gran discreción, cooperando para alcanzar la solución. Desde ese momento aprecié y disfruté directamente de algunas de las cualidades que hicieron posible la transcendencia objetivo de su trabajo y la huella profunda entre los que le apreciamos.
En los años en que coincidimos en el Consejo Social recuerdo especialmente la primera vez que me explicó cómo se debía abordar la “irregularidad” de que en Canarias hubiera una realidad reconocible de seis islas y una ciudad isla (Las Palmas, como se reconocía habitualmente a la isla de Gran Canaria) y como se debería resolver para un mejor equilibrio de Gran Canaria y de Canarias en general. La tarea me pareció prácticamente inalcanzable, pero a medida que ha pasado el tiempo, produciéndose el cambio por el que Lizardo había trabajado continuadamente, se confirman otras de sus cualidades: la firmeza de convicciones; la determinación para abordar los desafíos a partir de la importancia de lo que se debe hacer y no condicionados por las dificultades esperables para su consecución y la perseverancia y seguimiento de los detalles hasta la finalización de los temas (fueran de la naturaleza que fueran).
Otro ejemplo de poca trascendencia pública y que le preocupó desde que tuvo conocimiento del mismo, fue el problema de la titulación de los alumnos del Centro Universitario Superior de Ciencias del Mar que se había creado en la Universidad Politécnica de Canarias por Decreto de 15 de octubre de 1982, lo que fue posible como consecuencia de la publicación ese mismo día de otro Decreto por el que se crearon los estudios de Ciencias del Mar en el sistema universitario español, como parte del ardid (ideado y materializado por el entonces ministro de Educación Ciencia Federico Mayor Zaragoza) que “permitía” sortear el bloqueo para la creación de Facultades en la Universidad Politécnica de Canarias en Gran Canaria.
Lo que fue un ejercicio de pacificación razonablemente planteado, se convirtió con el paso del tiempo en un problema inimaginable, ya que el Centro creado en el marco jurídico español no permitía impartir títulos oficiales de licenciados o ingenieros, por lo que cada día que pasaba acercaba el momento en que los alumnos de una primera promoción podían completar sus estudios y no obtener la titulación correspondiente.
El problema era complicado, Lizardo tenía una gran preocupación, no entendía cómo se podía dar esta situación y como siempre contribuyó a la solución. El Consejo Social aprobó en un pleno (en el cual no pudo estar presente por compromisos profesionales), elevar al Gobierno la creación de la Facultad de Ciencias del Mar y el título correspondiente. En todo momento manifestó su continua preocupación por si hubiera problemas y sus llamadas para confirmar que todo había salido como estaba previsto.
Son solo tres ejemplos mínimos de los que mantengo claro recuerdo y la oportunidad de compartir, señalando solo un aspecto de su preocupación y dedicación a problemas concretos de valor general que son muestra del perfil y compromiso de Lizardo, no solo en la colaboración público-privada en el espacio de la actividad económica y empresarial en la fue un agente relevante, sino también su implicación directa en temas de proyección social amplia en los que ha supuesto una aportación valiosa. Todo ello acompañado de tranquilidad, educación, generación de espacios de concordia, colaboración y lealtad personal sobre lo que se ha construido su aportación social. En lo personal una persona de confianza, referencia y apoyo, siempre disponible, de cuya amistad he disfrutado permanentemente, por lo que este acto de recuerdo y reconocimiento al que me sumo y cualquier otro que se pueda realizar para dejar constancia de su buen hacer, serán siempre limitados en referencia a su aportación.