La Organización Meteorológica Mundial OMM, informó a principios de año, que según sus datos, el “Agujero de Ozono en 2020” ha sido el más grande (24,8 millones de km2 de extensión) y profundo desde que se viene observando en la Antártida (hace ya 40 años), así como de los más duraderos. Según la OMM, esta situación ha sido influida por la presencia de un vórtice polar fuerte, estable y frío que mantuvo la temperatura de la estratosfera constantemente sobre la Antártida, evitando que entrase aire con mayor contenido de ozono y evitando también que las nubes estratosféricas polares desaparecieran (nubes sobre las cuales se producen los procesos químicos que eliminan el ozono).
A pesar de su enorme dimensión, esta información no ha tenido una repercusión informativa aproximada a la que, con dimensiones mucho menores, se produjo a principios de los años 80 del siglo pasado, en los que ocupaban primeras páginas y abrían noticiarios en todo el mundo. En sentido contrario tampoco ha sido noticia especial que en 2019 se presentaron unos valores inusualmente pequeños del Agujero de Ozono. El descubrimiento de este fenómeno centrado en la Antártida, proyectaba alarmas múltiples de escala planetaria en todos los ámbitos y en especial en el marino, la preocupación fue importante, no solo por los efectos sobre los océanos en su entorno, sino porque la circulación Circumpolar Antártica, con sus procesos asociados, controlan e impulsan el movimiento de las masas de agua profundas de los océanos que son críticos en la estabilidad de las condiciones de vida en el Planeta.
El fenómeno generó una alarma internacional adicional, por cuánto muy rápidamente después de encontrar y describir «el agujero”, se pudo establecer que era un fenómeno reciente consecuencia de los CFC, acrónimo de una familia de productos químicos clorofluorocarbonos (particularmente el CFC11), que habían sido un hallazgo industrial de primer orden por su estabilidad y versatilidad de propiedades (tránsito fácil líquido/gas/líquido, poco inflamables, no ser tóxicos para los humanos) con multitud de aplicaciones (sistemas de refrigeración, aerosoles, aire acondicionado, embalaje, espuma aislante, solventes…). Este conjunto de propiedades y aplicaciones hizo que se produjeran y utilizaran en grandes cantidades y de forma generalizada, lo que tuvo como consecuencia su liberación a la atmósfera, elevándose de forma estable hasta la estratosfera dónde reacciona con el ozono eliminándolo.
La alarma internacional por el Agujero de Ozono, sus posibles efectos catastróficos a escala planetaria y las evidencias de qué eran los CFC los causantes, movilizaron de forma sorprendente hasta entonces (y desde entonces) impulsando en marzo de 1985 a que 28 países firmaran el Convenio de Viena para “la protección de la capa de ozono” y como desarrollo (de la máxima importancia) en septiembre de 1987 se firmó el Protocolo de Montreal «sobre las sustancias que agotan la capa de ozono» dónde ya se incluyeron medidas, control, seguimiento y la previsión de su modificación si fuera necesario. El protocolo entró en vigor en 1989 cuándo fue ratificado por 29 países y la Comunidad Económica Europea (aproximadamente representando el 82% del consumo mundial) y lo que es extraordinario, el 17 de septiembre de 2009 el Convenio de Viena y el Tratado de Montreal se convirtieron en los primeros Tratados en alcanzar la ratificación universal en la historia de las Naciones Unidas.
La consecuencia de este enorme y modélico procedimiento ha sido una reducción drástica de los CFC y que en la última evaluación científica del agotamiento del ozono realizada por la OMS y el PENUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) publicada en 2018, se concluyera que la capa de ozono está en vías de recuperación y es posible que en 2060 retorne en la Antártida a los niveles de 1980.
Esta circunstancia es, muy probablemente, la causa por la que se ha perdido el interés por la información circunstancial del tamaño anual del agujero por grande o pequeño que pueda ser, lo cual es el único resultado negativo de la Convención y del Tratado, ya que sin la tensión pública suficiente se corre el peligro de que se debiliten los compromisos y sus resultados.
La naturaleza y características del problema ambiental global que han supuesto los CFC, así como, el enfoque y desarrollo de la estrategia para resolverlo, son sin duda un buen ejemplo que se puede usar como modelo de afrontar otros problemas ambientales tanto actuales como futuros, para que ello sea posible conviene analizar los elementos esenciales que lo han hecho:
El desarrollo científico tecnológico ha sido el origen del problema. El hallazgo de una familia de sustancias “perfectas” por sus propiedades y aplicaciones (CFC), que dieron solución eficaz a múltiples necesidades y generaron un enorme crecimiento económico asociado. Los investigadores cuantificaron rápida y eficazmente el problema, encontrando la solución, desarrollando las sustancias de sustitución para atender las necesidades que los CFC estaban satisfaciendo.
La enorme atención informativa generalizada, basada en la globalidad del problema y los recursos espectaculares que las imágenes de satélite aportaron para apoyar las informaciones.
Las Naciones Unidas hicieron posible el escenario y las circunstancias operacionales en las que han podido alcanzarse el Convenio y el Tratado. Es importante entender por qué en este caso ha sido posible, cuando lo más frecuente es que sean mucho más largos los procesos de acuerdo y muchísimo más difícil conseguir la eficacia de los mismos.
La posibilidad de control ambiental que este ejemplo muestra, no debe conducir a la irresponsabilidad proyectada hacia el futuro en que los problemas serán resueltos, sino por el contrario, al convencimiento de la necesidad por la que todo crecimiento económico (Crecimiento Azul incluido) debe disponer de los mejores análisis ambientales previos y de los mecanismos de control y seguimiento que permitan detectar lo antes posible cualquier efecto adverso. Todo ello para reforzar la certeza de que la satisfacción de las necesidades de una población global, creciente en número y en requerimientos de todo tipo, puede producir problemas que deben ser anulados, minimizados y/o compensados previamente, o tienen que ser resueltos como está sucediendo con el Agujero de Ozono.