En el centro del gran debate sobre la necesidad y urgencia de sustituir la producción eléctrica (y la obtención de otros productos críticos para las sociedades modernas), por fuentes renovables no emisoras de gases de efecto invernadero GEI, existe una tendencia generalizada y necesaria de suponer que los debates y argumentaciones se hacen a partir de conceptos claros conocidos y comunes que simplifican y permiten centrar la atención sobre cuestiones mucho más específicas y actuales. Sin duda, esto debe ser así, porque lo contrario haría inviable y de enorme dificultad los avances que de los trabajos y debates específicos se deben derivar.
Por otro lado, una consecuencia muy frecuente de este procedimiento es que su contenido se va alejando del entendimiento claro, cada vez de más personas, qué por otra parte, sin duda, están concernidas por su participación más o menos directa en la toma de decisiones y por recibir los efectos de la mayor parte de las que sobre energía se vienen adoptando de forma generalizada y acelerada, a todas las escalas.
Esta situación hace que en muchas ocasiones se perciba claramente la necesidad de revisar alguno de los conceptos básicos, aquí se trata de volver atrás para repasar la cuestión central de por qué es necesaria la eólica marina en general y en Canarias particularmente.
Siendo evidente que la instalación de un generador eléctrico eólico en tierra era y es más fácil y barato que en el mar: ¿Qué sucedió para que en el mar Báltico los países ribereños iniciaran y aceleraran la instalación en sus aguas territoriales de esta clase de dispositivos y que ha sido, sin duda el origen del desarrollo de esta tecnología?
Como siempre, las respuestas en el momento inicial son simples y en este caso las características del Báltico para la eólica son magnificas: Es muy poco profundo y se pueden tener dispositivos captadores a distancias grandes de decenas de kilómetros de la costa con profundidades inferiores a 10 metros; el recurso del viento es mejor que en tierra y las condiciones climatológicas y de otros usos fueron razonablemente manejables. En consecuencia, la “eólica marina” inicial fue prácticamente eólica terrestre “mojada” buscando el mejor recurso que hay en el mar y disminuir la cantidad de instalaciones en tierra. El éxito de los primeros parques experimentales fue de tal magnitud que el número existente es enorme y creciente de forma acelerada, con planteamientos inimaginables hace 20 años.
El enorme éxito alcanzado en esa ubicación produjo una atención global generalizada y un efecto expansivo, evidenciando que el proceso no era directa, ni fácilmente transferible al ámbito internacional, ya que las características generales que se dan en el Báltico son extremadamente poco frecuentes. Esta realidad no frenó el interés ya que las ventajas contrastadas eran estimulo suficiente para tratar de resolver las dificultades de la implementación en otros lugares del mundo.
La primera y más crítica dificultad se deriva de la profundidad (las del Báltico no son nada frecuentes), ya que a medida que aumenta la profundidad a que se deben instalar las máquinas el coste de los soportes y de la instalación crecen de forma muy rápida, lo que tiene como consecuencia unas condiciones de explotación inasumibles, que solo pueden ser compensadas con una mayor cantidad de producción eléctrica por unidad en cada emplazamiento, en consecuencia, hacían falta captadores eólicos de mayor potencia, lo que se abordó con decisión por los fabricantes que vienen haciendo crecer sus dispositivos de forma continuada.
Esta solución ha resultado útil y ha permitido extender los parques hacia zonas más profundas tanto en áreas conexas a las iniciales como en otras nuevas. Sin embargo, ha sido una solución parcial, ya que a mayores profundidades el apoyo o la fijación en el fondo se hace más complejo y costoso por lo que quedaba por resolver si se pueden aprovechar las zonas de profundidades mayores, que son las realmente más frecuentes en el mundo (el límite, aunque va aumentando lentamente, en la actualidad se puede situar entre 70 y 90m).
La solución necesaria, mucho más difícil y costosa, era colocar los dispositivos sobre plataformas flotantes, volviéndose a reproducir la necesidad de aumentar la dimensión de los captadores, lo que se ha venido produciendo de forma increíble: la máquina Haliade-X de 14MW de potencia de GE está funcionando como prototipo en Rotterdam; para este año 2022 están previstos los prototipos de 16MW de Vestas (V236-15MW) y el MYSE 16-242 de la empresa china MingYang; presentándose hace pocos meses la idea de la empresa noruega Wund Caching Systems que pretende alcanzar hasta 60MW en una estructura tipo panel integrado por máquinas de menor potencia individual.
Esta situación hace que los análisis señalen que en 2035 el 25% de los dispositivos captadores eólicos construidos estén instalados en el mar, con una producción media que triplicará la actual, reduciendo sus costes de producción hasta el 65% como consecuencia del aumento de capacidad por unidad que por sus dimensiones no se pueden instalar en tierra.
Esta visión global toma mayor sentido en las islas y particularmente en Canarias, donde la dependencia del exterior, el coste de producción y la emisión de GEI lo hacen particularmente urgente. Además, a estas claras ventajas se han de añadir las de poder disminuir el consumo de suelo (absolutamente limitado en tierra) y plantearse producciones que vayan más allá de atender a los consumos derivados de las actividades actuales y permitan pensar en consumos dedicados a generar productos de valor como el hidrógeno, amoniaco…que son generadores de actividad económica y empleo.
A estas capacidades y potencialidades, sin embargo, se oponen sistemáticamente el temor a su dimensión económica que requiere la participación de grandes capitales externos al Archipiélago, situando los centros de decisión lejos y solo controlables por la gestión político-administrativa (sobre la que la ciudadanía y los propios aparatos gestores tiene poca confianza). De ahí se deriva la voluntad de establecer orden y planificación rigurosos (fase en la que se está), pero que en general dificultan el desarrollo hasta en muchos casos hacerlo imposible. Sirva de ejemplo lo ocurrido con la misma finalidad en el ámbito de la acuicultura, donde el esfuerzo de planificación y control, la tardanza en su realización y el avance tecnológico rápido y permanente ha generado el efecto devastador contrario a su fin (facilitar, dar seguridades y garantías ambientales a la sociedad y a los promotores). Lo que se ha conseguido es ralentizar, impedir y disuadir en muchos casos el avance de una actividad como la acuicultura con un potencial de crecimiento económico y empleo de la mayor importancia (estimaciones prudentes señalan una cadena de valor de 500M€ anuales, en una primera fase con un potencial de crecimiento importante).